"Se negó a beberlo": Mensaje de Viernes Santo de la FLM
GINEBRA (LWI) - Cualquier Mensaje de Viernes Santo (Good Friday, en inglés) lleva indefectiblemente a la pregunta: ¿Qué es lo que hace bueno (good) al Viernes Santo? Para las personas cristianas, este Viernes en particular es un recordatorio de la imagen más tenebrosa del clímax del sufrimiento humano, con la crueldad más despreciable cometida en la historia de la humanidad. Pero, es también un capítulo significativo hacia la victoria definitiva revelada en el acontecimiento de la resurrección.
Nuestro Señor Jesucristo padeció de manera voluntaria la crucifixión y la muerte, antesala de su resurrección. Se comprometió a soportar todo el profundo dolor de la cruz para cumplir la voluntad eterna del Padre. La burla de sus adversarios alcanzó su punto culminante cuando “le dieron vino mezclado con hiel”. En efecto, en tal estado de angustia, hubiera tomado al menos un sorbo del vino, “pero, después de probarlo, se negó a beberlo” (Mateo 27:34). Los adversarios de Jesús habían corrompido el buen vino natural, tratándolo con una sustancia amarga y venenosa destinada a adormecer el dolor. Sin embargo, Jesús, el inocente sufriente, consciente de la ofrenda destinada a aliviarle el dolor de la crucifixión, se negó a ser tratado como un criminal. Si Jesús hubiera permitido que el entumecimiento hiciera su efecto, no hubiese podido anunciar el cumplimiento del plan eterno de Dios para la salvación del mundo. Inmediatamente antes de su último suspiro, Jesús declaró el cumplimiento de su misión en la tierra: “Consumado es” (Juan 19:30).
Al sobrellevar los dolores de la cruz en su cuerpo, Jesús aceptó consciente y voluntariamente el castigo del pecado en favor de las personas pecadoras, o criminales, por decirlo de alguna manera. Como dice Pablo: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2° Corintios 5:21). Del mismo modo, Martín Lutero también afirma: “Por cuanto somos personas
pecadoras y ladronas, merecemos por ello la muerte y la condenación eterna. Pero Cristo cargó con todos nuestros pecados, muriendo por ellos en la cruz” (Luther’s Works 26:277?).
El sufrimiento es portador de esperanza. El de Jesús no fue un sufrimiento sin sentido. En medio de todo el horror, anticipó con claridad el gozo que le esperaba. Quien escribiera la carta a los Hebreos nos anima diciendo: “… corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12:1b-2). La Iglesia está llamada a la misión divina de compartir la buena noticia de la esperanza en medio del sufrimiento. Como Jesús, una iglesia que sufre ofrece esperanza anticipando la transformación: del pecado a la rectitud, de la injusticia a la justicia, de la crueldad a la bondad, del odio al amor, de la animosidad a la comunión, de la discordia a la armonía, y de la violencia a la estabilidad y a la paz.
Si la Iglesia se esconde del sufrimiento, ha perdido su identidad. El sufrimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo nos recuerdan que la Iglesia no debe someterse a los poderes del mal, sino resistirlos con la máxima capacidad. La entrega de Cristo desafía a la Iglesia a no replegarse sobre sí misma y a asumir el sacrificio en favor de las demás personas. De hecho, la Iglesia no vive para sí misma, sino para el mundo.
No es un fin, sino un medio con una finalidad.
Por eso, en tanto oramos para que venga el Reino de Dios, seamos también conscientes de los dolores vinculados a esta oración. Caído en manos de sus adversarios, Jesús fue llevado en silencio hacia el Gólgota, sabiendo que sería crucificado y que moriría, tal como profetizó Isaías: “Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca” (Isaías 53:7). Sin embargo, su silencio y su sumisión no fueron pasivos ni inactivos. Por el contrario, se enfrentó al mal, luchó contra él y lo derrotó victoriosamente. Sin violencia, quebró los poderes que sometían a la humanidad a las tinieblas que habían cegado sus corazones y les habían alejado de Dios. De hecho, la multitud acudió a él para ser liberada y rescatada de la esclavitud del pecado. Pero, sobre todo, anticipó también la resurrección victoriosa.
Como todos los seres humanos, los cristianos somos propensos al sufrimiento. Compartimos el quebrantamiento y el sufrimiento de nuestro mundo. Al igual que los adversarios de Jesús corrompieron y convirtieron el vino en una bebida amarga, la humanidad quebrantada sigue corrompiendo los buenos dones de Dios, negando a muchas personas el derecho a disfrutar de su agradable sabor. Pero ya que Cristo alcanzó la victoria por nosotras y nosotros, afrontemos los desafíos que se nos presentan con esperanza y en oración. Pongamos nuestra esperanza en Él. Como personas cristianas, asumamos también la vocación de vivir para las demás. Como personas llamadas a dar testimonio de la voluntad de Dios, sigamos el ejemplo de nuestro Señor y neguémonos a beber el vino corrompido. Por el contrario, pongamos todo nuestro empeño en transformarlo para que vuelva a su sabor natural.
Personas enfermas y postradas: el sanador está a nuestro lado; personas encarceladas: alegrémonos en la esperanza de recibir la libertad; personas discriminadas: esperemos la restauración; e incluso en nuestro lecho de muerte: alegrémonos con la promesa de la resurrección.
Gloria a Cristo, nuestro Señor. Amén.
Rev. Dr. Yonas Yigezu Dibisa, Presidente de la Iglesia Evangélica Etíope Mekane Yesus,
es miembro del Comité Ejecutivo de la FLM.
Foto: Dylan McLeod – Unsplash