"La Cruz que transforma"

El Secretario General de la FLM Martín Junge envió un mensaje de Viernes Santo a la Comunión de Iglesias y a la sociedad en general. Foto: FLM/Eugenio Albrecht

 

Porque para los que se pierden, el mensaje de la cruz es locura; pero para nosotros que somos salvos, es poder de Dios. (1Co 1.18)

GINEBRA (LWI) - Vista de fuera, la cruz era probablemente el símbolo más inadecuado que las primeras y los primeros cristianos podían haber elegido. Expertas y expertos en comunicación y creación de marcas hubieran advertido en contra de esa elección o la hubieran objetado.

Instrumento de castigo y ejecución que se utilizaba para reprimir la resistencia política, la cruz era un símbolo prácticamente indecente y escandaloso para una comunidad. No obstante, eligieron la cruz por lo que captaba de manera precisa, pues para ellas y ellos pasó a ser un símbolo de las experiencias diarias de violencia y dolor, opresión e injusticia.

También se convirtió en un símbolo de lo que Dios hizo de ella, pues la cruz es donde el pecado humano es vencido por Su amor compasivo. Al sacudir los cimentos de un mundo construido por el diseño humano, la cruz revela el mundo como Dios quiere que sea: un lugar de justicia, paz y reconciliación. Un lugar de vida en abundancia.

En la cruz, la palabra más íntima de Dios es revelada y establecida como palabra persistente que impregna todo lo que hay en este mundo. Con la sola palabra “Cristo” dicha en silencio, Dios acalla todas las palabras y acciones ruidosas del odio y la violencia.

Vista con los ojos de la fe, entonces, la cruz es donde tiene lugar la transformación más profunda y significativa; es un símbolo que en las situaciones más desesperadas nutre la esperanza, afirma la vida en medio de la muerte, insiste en la paz cuando hay signos de guerra y dibuja la justicia de Dios con brillantes colores que contrastan con las tonalidades sombrías de la injusticia humana.
Como iglesias profundamente conectadas con la nube de testigos que nos precedió, pertenecemos a una comunidad que además de transcender el tiempo y el espacio, comparte ese nuevo ámbito de transformación cuyo símbolo más profundo es la cruz.

Transformación, una transformación escandalosa a los ojos del mundo por ser generosamente amorosa y relacionarse compasivamente con el prójimo. Y esa transformación está siempre profundamente arraigada en una sola palabra: “Cristo”. Cristo que murió para que el mundo encuentre vida.

Que Dios inspire a las iglesias luteranas y la comunión mundial de iglesias para que una vez más sean testigos en obras y palabras del poder transformador de Dios.

Rev. Dr. Martin Junge - Secretario General de la FLM